Quiero compartir este Cuaderno de Recuerdos con vosotros

Sería bonito, tener vuestros recuerdos, y me sentiría muy honrada.

Enviadme vuestros relatos al apartado de comentarios o
al mail del blog y me encargaré de publicarlos, aquí,
en esta seccion.

Envía tu relato via mail, aquí.

Alicia Valverde

viernes, 30 de enero de 2015

En tu orilla




Cuánto te amo en el río
de mis gratos recuerdos,
donde se quema el frío
y se me mueren anhelos.

Allí se ahogan las penas
buscando esos dedos
que esculpan mi cuerpo
y escalen mis celos.

Tiritan mis miedos en ti
y se fugan deseos
que habitaban las cuevas
de culpa como presos.

Bebo tu sal
y se cura la herida
con nuevos latidos,
soñando viejos futuros inciertos.

Salgamos ya,
toquemos tierra,
que sienta el sol
soplando en mis venas,
que pueda chupar la flor
naciente de tu vientre de arena;
puro ardor que no calma la sed
y me bebo tu calor.

Porque amarte no es temer
o negar el pudor:
amar es nadar
y dejar respiro al amor,
que me guíe sin prisas
navegando entre tu olor,
parando el momento
que me susurra tu voz.

Arribemos a la orilla
y no nos ahoguemos,
que prisas nunca haya,
sólo ansiosos respiremos;
que de tu boca a mi fe
los alientos quememos
y que aquello de querernos
jamás lo olvidemos.





Autor:
MICKY
 Siguelo en Twitter:  @poemios 
Puedes leer mas de Micky en su blog :poemios.wordpress.com



lunes, 26 de enero de 2015

Sentimientos encontrados








Sentado en una silla de madera con bases de hierro, en aquel parque en el que sobresalen las figuras regordetas del maestro Fernando Botero, en el centro de aquella ciudad ajena, esperaba el mensaje de la mujer de hermosa sonrisa.

Se habían fijado las dos de la tarde como hora máxima para acordar el encuentro. Los 60 minutos de espera en esa silla se hacían eternos. Miraba con cierta frecuencia el reloj, revisaba los mensajes en su celular y, debido al bullicio en el entorno, observaba de reojo la pantalla con la ilusión que la anhelada llamada finalmente fuera una realidad.

El tiempo corría y perdía las esperanzas. El tercer encuentro parecía fallido. En su interior, los sentimientos encontrados hacían de las suyas.  Un par de horas antes  había experimentado un enorme dolor. La lucha personal emprendida hace casi año y medio parecía llegar a fin.

La sola idea de no verla  le agregaba algo más de sal a la herida. Era quizás la última vez que se verían y se lo dijo con énfasis en aquel mensaje en el que le insistió que quería volver a verla. Tal vez no habría un mañana para regresar.

Y es que, el episodio vivido apenas un par de horas antes y aquel incidente que experimentó una semana atrás en el que casi pierde la vida, incrementaron sus deseos por tenerla frente a frente, de volver a verla sonreír, de intercambiar nuevamente unas cuantas palabras, pero sobre todo de sentirla a través de un abrazo o de un beso.

Los minutos se hacían eternos, la ansiedad se apoderaba de su interior, perdía la fe. Se estrechaba el tiempo, la espera producía un caos, el mensaje no llegaba.

Entre tanto, cientos de personas pasaban frente a él,  el vendedor de refrescos, el policía que vigilaba el lugar, el hombre y la mujer que regresaban a su sitio de trabajo, el extranjero que disfrutaba de sus vacaciones, la niña que jugaba a las escondidas entre las figuras de Botero con su  mascota.

Bastaba con levantar un poco la mirada para observar el paso de los vagones del metro o mirar el cielo azul. Una mujer de unos 50 años que estaba sentada a su lado le preguntó si conocía el sector de Aranjuez o un barrio cuyo nombre no logró entender. Le respondió que no era de esa ciudad, que estaba de paso y que ya en unos minutos se desplazaría al aeropuerto para regresar a su ciudad.

Eso lo distrajo un poco de su insistente mirada al reloj y al celular. La mujer se levantó de la silla, se despidió y se perdió en el horizonte. Él volvió a lo suyo. La angustia volvió a Él. Los minutos seguían pasando y aunque, aparentemente lentos, la ansiedad parecía consumirlo rápidamente. El temor se apoderó de su interior, la hora prevista estaba por llegar. El plazo estaba por vencerse.

Revisaba unos documentos cuando un mensaje llegó a su celular, dirigió su mirada a la pantalla. Era ella. Diez minutos antes de la hora sentenciada finalmente pudo leer el mensaje que tanto esperaba. Si habría un tercer encuentro con la mujer de hermosa sonrisa. 

A la eterna espera en el Parque Botero se sumaba otra en el sitio acordado. Era un lugar tradicional ubicado en la zona peatonalizada de la avenida Junín. Se sentó en una de las sillas ubicadas cerca a la entrada principal para observar el momento en el que ella ingresaría. Los minutos se volvieron nuevamente eternos. La ansiedad por saber si se produciría el encuentro se transformó ahora en la ansiedad por verla. Volvía a mirar con insistencia el reloj.

La mujer de hermosa sonrisa llegó al lugar. Él se paró de la silla. Se dirigió hacia ella. Alcanzó a ver que los comensales de la mesa vecina los miraron. Se saludaron con un beso en la mejilla. Se sentaron y ordenaron un jugo de mandarina. Repasaron lo sucedido horas antes y analizaron las posibles decisiones que debían tomarse. También hablaron del episodio ocurrido días atrás. Ella recordó que vivió de cerca una situación similar.

El tiempo que antes iba lento ahora corría con rapidez. Era un contrasentido. Las palabras se atropellaban, había mucho por decir. Se cuestionaron por decisiones anteriores, se defendieron por haberlas tomado. Se preguntaron si acaso como consecuencia de esas decisiones se habían alejado un poco o si los silencios eran producto de alguna molestia.

Fueron 40 minutos excesivamente cortos. El tiempo corría atropelladamente así como las palabras. Se dijeron tantas cosas como tantas se quedaron sin decir. Él la miraba como la primera vez. Ella preservaba la sonrisa, aquella que él observaba con frecuencia en la fotografía que guardaba como un tesoro.

El tiempo, como una guillotina, cayó sobre ellos. Llegó  la hora de la despedida. Pagaron la cuenta y salieron del lugar. Caminaron apenas unos metros, se detuvieron. Ella le señaló el lugar donde podría tomar el transporte rumbo al aeropuerto. Quedaron frente a frente y se despidieron. Se despidieron dos veces como si no quisieran que el momento fuera real.

En el fondo él no quería despedirse ni que se convirtiera ese momento en un adiós. Él sintió el beso en la mejilla. Ese beso lo estremeció, por eso no quiso mirar atrás. No quiso verla refundir entre cientos de personas que caminaban por el lugar. No quiso guardar en su memoria esa figura diluyéndose en el horizonte. No quiso ver como la mujer de hermosa sonrisa desaparecía de su vista quizás por última vez.





Autor : Javier Contreras 

viernes, 16 de enero de 2015

La Noche. Cuento







Recorrieron la calle 27 de Febrero y la Avenida de Las Carreras de Santiago de los Caballeros a baja velocidad. Era la primera vez que visitaba la segunda ciudad en importancia de República Dominicana. Había estado en Santo Domingo en los primeros meses de 1999 en ejercicio de su labor profesional.


Habían acordado pasar una velada en el sector de Las Terrazas, zona alta del centro de la ciudad. Para llegar debían atravesar casi por completo la capital de la Provincia de Santiago. Sería un recorrido de unos 15 minutos en auto.


A lo largo del camino, ella le fue mostrando la ciudad. Edificios de oficinas, entre los cuales estaba el de la dependencia gubernamental donde laboraba hace unos cuantos años. El colegio Sagrado Corazón de Jesús donde estudió la secundaria. El Teatro Regional del Cibao, que tomó su nombre de una palabra indígena que significa: "lugar donde abundan las rocas, lugar de abundantes aguas o lugar donde hay oro".


Las calles estaban iluminadas. En temporada de diciembre, como sucede en la mayoría de países,  las luces de muchos colores sobresalían. Se detuvo un instante para observar un hermoso lugar que sobresale a las demás construcciones: el Monumento a los Héroes de la Restauración ubicado en una colina con vista a Santiago de los Caballeros, mide 67 metros de alto (como la Estatua de La Libertad de Nueva York) y está hecho totalmente en mármol.


En ese recorrido hacia La terraza, pasaron por la sede del periódico local Listin Diario y vieron a lo lejos la estación de bomberos y la estatua a Santiago Apóstol.


La temperatura había descendido. De los 20 grados del inicio del recorrido, pasó a los 15 grados. Estaban en un sitio más alto y se sentía un poco más de frio, pero era agradable la vista. Se veía gran parte de la ciudad con sus luces multicolores.


“La Puerta del Sol” era el lugar ideal para tomar unas copas de vino. Sonaban unos cuantos merengues navideños. Corría una leve brisa, muy suave y tibia, que se paseaba por el lugar, decorado de blanco, sin paredes, pero cubierto de un techo también pintado de blanco. Ella había elegido el lugar con la certeza que ambos pasarían una velada inolvidable acompañados de un delicioso vino chileno y una conversación que se extendería por unas cuantas horas.


El mesero los condujo a lo largo del sitio hasta llegar justo a la mesa ubicada en una esquina desde donde podían observar la ciudad y gran parte de la carretera que los condujo hasta allí.


Era una noche especial. Hace unos meses se habían conocido. Su afición por la lectura y por escribir historias propias y ajenas, los había hecho conocer. Se leían mutuamente, en ocasiones compartían letras e intercambiaban opiniones. García Márquez y su realismo mágico la había impactado, pero también la realidad de un país ajeno que leía en libros como “La Noticia de un Secuestro”  o que simplemente conocía a través de los informativos o su lectura habitual en la internet.


La violencia, el narcotráfico, la manera como se desdibujaban personajes siniestros para hacerlos aparecer como héroes, retratados a veces en unas cuantas telenovelas, hacían parte de ese conocimiento que ella tenia de un país que no era el suyo, pero del que se apropiaba con la avidez de querer seguir conociendo así fuera a la distancia.


Parte de esa realidad le había llegado por una persona a la que conoció en desarrollo de su trabajo, era una mujer de Pereira, una ciudad importante que hace parte del Eje Cafetero colombiano. Ella también mostraba esa realidad inquietante de su país, pero a la vez, le decía que un día acabaría todo ese presente para construir un futuro cierto como nación.


Eso fue lo que le impactó, por eso decidió hacer ese viaje a Republica Dominicana para conocer a la persona que sabía tanto de su país y con quien  compartía tantas letras.


Mientras la música seguía sonando e iban sumando copas de vino, ella le habló de sus viajes, de la hermosa sensación que le producía ir al mar y sentir la brisa, tomar fotos, tener el tiempo suficiente para leer, escribir, bailar y, sobre todo, conocer gente, con la que, en alguna medida, aún mantenía contacto.


Pasaban los minutos y la temperatura seguía bajando. El le ofreció su chaqueta que aceptó gustosa: Está calientita y tiene tu perfume, le dijo en tono suave. Se había aplicado su fragancia favorita Fahrenheit de la casa Dior. En tono jocoso ella le dijo que la prenda quedaría impregnada también de su perfume, un Chanel exquisito, que se aplicó en el cuelo y el cabello. No hubo reparos.


Hablaron largo rato de sus historias llenas de frustraciones y de victorias significativas, de cómo habían enfrentado la vida, de cómo esa misma vida les había arrebatado personas de su lado, de amores y desamores, de las letras que contenían una alta dosis de sus propias realidades o de realidades ajenas que merecían ser contadas. Se miraban a los ojos, sonreían cuando alguna anécdota lo ameritaba, o dejaban escapar unas cuantas lagrimas cuando los recuerdos de dolor se hicieron presentes.


Le contó, por ejemplo, una historia de la que ella se duele pero de la que aprendió una lección de vida, al fin y al cabo, vinieron después sus dos hijos, que amaba con profundo respeto y admiración. “Cuando acepté lo sucedido, entonces vino la curación. Aprendí por ejemplo que, para tener un hijo se necesita que todo esté unido, a un solo ritmo, que lo mejor estaba por venir y así sucedió”.


A esa altura de la conversación, él la abrazaba. Se habían sentado justo a lado para mitigar el frio que seguía apoderándose del lugar, pero la velada era tan agradable que sin importar la temperatura seguirían intercambiando sus historias, pero ya no sentados en ese lugar sino que decidieron caminar hasta el Monumento de la Restauración.


Caminaban prácticamente solos. No había mucha gente alrededor. Tenían un espacio único para los dos. La mantenía abrazada, así compartían algo de calor.


Rumbo al lugar, él le contó parte de su vida, de cómo era su diario vivir, de por qué había decidido escribir. De cómo llenaba páginas enteras tratando de descubrir algunas historias que antes no contó y de por qué, a su edad, consideraba que era el momento para hacerlo. Le dijo que tal vez, algún día, esas letras harían parte de un libro, un sueño que jamás abandonó.


Aunque el Monumento estaba apenas a cinco minutos del lugar, caminaban tan lento que transcurrieron 20 minutos. Ella lo escuchaba con atención mientras le narraba unas cuantas experiencias de su vida y desnudaba un poco su alma.


Finalmente, habían llegado justo al frente de la imponente estructura, que fue construida por orden del dictador Rafael Trujillo a la cual llamó el Monumento de la Paz pero que tras su asesinato en 1961 pasó a llamarse  Monumento a los Héroes de la Restauración, en honor a la Guerra de la Restauración de 1863, en la que República Dominicana recuperó su independencia de España.


Se quedaron unos cuantos minutos y luego decidieron regresar a la vivienda de la urbanización Las Antillas  desde donde 5 horas antes habían partido.


Era un apartamento cómodo con un recibidor, sala,  comedor, cocina y 3 habitaciones, en una de las cuales descansaban los hijos de aquella mujer de tez morena y amplia sonrisa, que esa noche sobresalía por el labial rojo.


En lo que quedó de la madrugada durmió en su pecho mientras él la abrazó.

Al despertar, entrada la mañana, ella le contó lo que había soñado: estaba justo en el país que ella anhelaba conocer y se habían vuelto a encontrar. Esta vez procurarían no volverse despedir.



Autor: Javier Contreras.
Síguelo en Twitter: https:/@jcontrerasa

lunes, 15 de diciembre de 2014

Sois vois






No es una parte de mi
que es el todo que os ama
os siento como mi dama
si vos queréis permitir

Sois deseo para vivir
sois cuanto anhelo en la vida
sin ti es sin fin mi caída
porque sin vos es morir

Vuestra palabra es canción
vuestra mirada poesía
sois cuento antes del día
que llama al sueño y la ilusión

Y por el modo en el que estáis
sois mi sincera locura
que toda tristeza y duda
de mi mente disipáis

Y sois de mis ganas el todo
por el modo del que sois.



Autor: Franmu Lefoa

martes, 2 de diciembre de 2014

Tempus Dixti





Tempus fugit , dijo el autor;
 carpe diem, completó otro.
 Áureo tesoro de muchos;


En las tinieblas, tortuga;
 rayo veloz, en el gozo,
 pedidle cuentas al genio,
 errado, como vosotros:

Relojes de sol, de arena,
 de plástico, de oro,
 regresivos, atómicos,
 oropeles o tesoros;
 eones, eras, milenios,
 nanos, picos, yoctos;
 y la máquina del tiempo...
 ¡ay! si por no reír, lloro.

Servíos de la memoria,
 nave al  pasado brumoso;
 fantasía no os falta,
 ¡al futuro en la Nostromo!

-¿Y el  presente,?- preguntáis,
 es la vida, y eso es todo.

Carpe vitae.
 Tempus dixit.






Autor: Momentos Florentinos.
síguelo en twitter: @blog_florentino

domingo, 30 de noviembre de 2014

Deseo, quiero y acepto..





Con vos y siempre a tu lado
que es donde estoy mejor
en éste charco de amor
mojado y feliz, empapado.

Si otra vida elegir..?
Que no, he de decir sin duda
y no cabe alguna
pues otra no quiero vivir.

Es cuanto deseo y quiero
es recto mi pensamiento
y mi decisión es que acepto.

Acepto..
Los golpes que he recibido
y con gusto cuantos me queden
pues con sol, lluvia o nieve
con vos aquí me han traído.

Acepto, repito y bendigo
y de nuevo lo digo..
Acepto..!










Autor: Franmu Lefoa.

Síguelo en Twitter:










domingo, 9 de noviembre de 2014

La vida no deja de sorprenderme




La vida no ha dejado de sorprenderme desde que tengo uso de razón.

He tenido momentos muy amargos que se acompañaron  de momentos dulces que siempre borraron los amargos.

Encontré rayos de sol en días de tormenta y aprendí a expresarme con palabras de poeta. Los que me quieren me denominan así hace mucho tiempo, yo como soy pájaro con cicatrices en el alma, me cuesta reconocerme, todavía no me veo en el espejo.

Pero la vida no deja de sorprenderme y sigo escribiendo y volando todos los días.

No deja de sorprenderme y gracias a ello he conocido a gente maravillosa y más poeta que yo.

Personas que traspasan la pantalla y escriben tan bonito que duele.

Personas que “radian” en horas con sabor a luna, una belleza sin nombre, de un grupo de artistas dormidos en una suite.

Personas que dejaron huella desde todas las partes de mis sueños.

Personas que siento sin verlas.

Amigos de un blog común que me llena de alegrías y jamás deja de sorprenderme.

Mi amiga Alicia dice que la vida le sorprende y se deja.

Es normal, la vida es emocionalmente sorprendente. Siempre hay que dejarse llevar.

Jamás dejará de sorprenderme, no dejaré de escribir, de soñar.

No dejaré de volar.




Autora : Rita Turza

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viernes, 7 de noviembre de 2014

La huella del pasado








Ayer la vi.
Sentimientos encontrados.

No hacen daño los recuerdos.
Heridas de antaño
que ya no se abren.

Sólo
abro un paraguas
para protegerme de la lluvia.

Las gotas tienen memoria.

Ella ya no,
o tal vez sí.

Ni sé, ni pregunto.

Sólo
miro hacia delante.

No olvido ni lo que soy,
ni lo que fui,
ni de donde vengo
porque es parte de mí.

El pasado ahí se queda.

Sólo

son sus huellas.


Autora: Ana Barja López

lunes, 20 de octubre de 2014

Secuestrado por amor






     El pomo de la puerta crujió tímidamente, pero no consiguió que se abriera.   El prisionero quería salir de aquella estancia oscura y húmeda en que se hallaba.  Era mucho tiempo de encierro y su paciencia se agotaba.  Daba vueltas sin cesar en la pequeña celda, y cada día que pasaba le parecía más agobiante la situación.  A veces, lo intentaba moviendo el pomo;  otras, dando patadas a la puerta, pero no obtenía respuesta alguna de sus guardianes.   Ahora bien, aunque eran inflexibles en mantenerlo encerrado, siempre tenía su comida dispuesta.   Era el único consuelo que le quedaba al pobre, saber que alguien se acordaba de que estaba en esa cárcel.

     Se preguntaba continuamente por qué motivo le habían condenado a vivir así, y no hallaba la respuesta.  “Soy inocente, inocente”–repetía-   En ocasiones, oía voces próximas a su celda, y trataba de averiguar, sin éxito, que decían.  Una de ellas le era muy familiar. “Quizás venga a interceder por mí” –se preguntaba-, pero los días seguían transcurriendo y…  ¡nada!   A veces, incluso, le sometían a horribles torturas, haciéndole pasar por encima del cuerpo una especie de rodillo, que, además de presionarle, emitía un extraño y, a la vez,  molesto sonido.  En algunas ocasiones, entraba un poco de luz que se filtraba a través de un túnel que conducía hasta su mazmorra, pero sus captores abrían aquella puerta solo de vez en cuando.

     Las horas habían consumido los días;  los días, las semanas y las semanas, los meses. Él sentía en sus carnes cómo se iba haciendo mayor en aquel encierro, sin poder remediarlo.    Hasta que un buen día decidió poner fin a su cautiverio y pasó a la acción.  El plan consistía en hacerse oír de tal manera, que retumbara todo el recinto. Empezó golpeando la puerta con pies y manos, y como esta no cedía, la emprendió a cabezazos. Tampoco funcionó.  Así que se puso de espaldas y forzó con el trasero la maldita cancela, hasta conseguir que se tambalease.  Entonces comenzó a gritar: ¡Quiero salir! ¡Quiero salir!  Y al hacerlo, vertió sin querer el agua que tenía para beber.

     ¡Quiere salir! ¡Quiere salir! ¡Ya está aquí!  ¡Estad preparados que ya sabéis que viene de nalgas!   ¡Empuje, empuje un poco más! –Decía la matrona- Y, al momento, se produjo el milagro de la vida.  Sergio salió del vientre materno  y al contemplar la luz del día lloró.   Lloró con rabia también cuando le cortaron el cordón umbilical.  Maravilloso Síndrome de Estocolmo que le unirá de por vida a la madre.  







Autor: Aurelio Ramos

domingo, 19 de octubre de 2014

Oda al Sol






Caricias cálidas tocan mi rostro,
despierto aún soñolienta.
Sin nubes en el cielo
tu ser se manifiesta por entero.


El sudor cubre mi cuerpo,
el cansancio y la sequedad me fatigan.
Y por tu afán de amarme
me persigues incansable, implacable.


Toda tu ira se descarga en mí,
el calor, cada vez es más insoportable.
Y como un Rey que eres, me arrodillo
suplicando tu piedad.


Me abrasas, me quemas,
tu amor por mí es impúdico.
Tu calor me enloquece,
No puedo soportar más este ardor.


Tú te impones, al mediodía
es cuando más daño me haces.
Me seco, ardo, y tú, desde arriba
me ves sufrir agónica, moribunda.


Me persigues, no hay sombras
donde cobijarse.
Mire por donde mire estás ahí,
con tu calor sofocante.


Logro despistarte y el aire
fresco me abraza con regocijo.
Te vas, te marchas hacia el horizonte,
te veo partir mientras me despides

con tus últimos rayos de sol.











Autor:



Hacedor de historias.