A veces necesitamos perdernos para poder encontrarnos.
Miquel Reina.
Luces en el mar, es un libro que me atrapó desde el principio. Por su portada y por su titulo, nunca había oído hablar de su autor, pero en cuanto empecé a leer sus letras, la historia de Mary Rose y Harold, me atrapó.
En esté libro podréis encontrar todos los sentimientos y todas la emociones juntas; amor, esperanza, pena, ira, ilusión, fe, amistad, alegría, superación, valentía, arrojo, miedo, porque la vida, a pesar de todo, vale la pena vivirla.
Creo que Luces en el mar, es un libro que os gustará mucho y que merece estar entre los "libros grandes" esos que siempre quedan en el alma y el recuerdo.
PREFACIO
Fue un rayo el desencadenante de todo. Retorciéndose a
través del tormentoso cielo nocturno, cayó con todas sus fuerzas contra el
tejado de la casa más alejada de San Remo de Mar. Para la pareja de jubilados
que vivía allí, aquella sería su última noche en el pueblo; y aunque esa no era
una noticia que desconocieran, lo que en esos momentos ignoraban era que, al
inicio del nuevo día, aquel rayo traería consigo una serie de consecuencias que
unos considerarían una tragedia y otros, algo parecido a un milagro.
Pero para llegar a eso aún faltaban algunas horas. Si
hubiera podido suceder de otra manera, o si tal vez todo estaba predeterminado
con las primeras gotas de lluvia de la tarde, no era un asunto que pudieran
plantearse en aquel momento. La cuestión era que su historia empezaba con aquel
rayo y había ciertos detalles que era necesario recordar para reconstruir los
hechos que los habían llevado a aquella situación extraordinaria.
¿Cómo se llamaban? ¿Dónde vivían? ¿Qué hacían allí?
Sus nombres eran Harold y Mary Rose Grapes. Los Grapes o los
señores Grapes, que era tal y como todo el mundo los conocía, vivían en el
último número de la calle del acantilado, y ese era posiblemente uno de los
lugares más especiales de todo el pueblo.
A diferencia de la mayoría de casas y negocios que se
apiñaban en la parte baja de la playa, la casa de los señores Grapes se
encontraba alejada poco más de un quilómetro del pintoresco pueblo, desafiando
al mar, justo al borde del acantilado más alto de la isla: el acantilado de la
Muerte.
En los días claros, la casa amarilla de los Grapes se podía
divisar desde varios quilómetros a la redonda, ya fuese paseando por las
fértiles colinas de antigua piedra volcánica que rodeaban la pequeña isla de
Brent o bien navegando plácidamente por sus frías aguas.
Cualquiera de esas actividades hubiese sido perfecta para
disfrutar de aquella calurosa mañana de domingo. Las playas, los senderos y las
terrazas de sus pequeños cafés empezaban a estar abarrotados de gente. Los
habitantes de San Remo no estaban acostumbrados al buen tiempo y se habían
echado a la calle para aprovechar aquellos raros días en los que el sol
brillaba sin miedo a ser cubierto por un espeso manto de nubes. Pero los
señores Grapes, como casi siempre, estaban en casa. Aunque a diferencia de la
mayoría de días, aquel domingo también era especial para ellos. Y más que
nunca, sabían que no podían desperdiciarlo saliendo a la calle. Querían pasarlo
en casa, sin otra preocupación que la de disfrutar por última vez de los viejos
maderos que conformaban su hogar.
Autor: Miquel Reina.
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