De
joven eras hermosa, destacabas entre las demás y los pretendientes se
disputaban por tu sonrisa. Te casaste con el hombre de tus sueños y vivisteis
muy felices juntos. Cuatro hijos nacieron de esa unión y crecieron sanos y
fuertes.
Tu amor se fue antes que tú, tus hijos
tuvieron que marcharse lejos para poder sobrevivir quedándote tu sola.
La soledad se agrandaba cada día, la pérdida
de tu marido acrecentaba tu dolor y tu cordura. Empezaste a hablar con él, primero
en tus rezos, luego en conversaciones largas y complejas que la gente cuando te
miraba hacerlo por la calle, parecías que estabas loca.
Los años iban pasando, tu belleza perdía tanto
como tu razón. Gritabas a todo el mundo, te enfadabas con todos, pero sabías
que cuando llegabas a casa, te encontarías sola, en medio de la oscuridad sin
nadie que pudiera apoyar sus manos contra las tuyas.
Y al final, acabarías
llorando.
Muchos te conocerían como Carmen la Loca,
otros te llamarían Carmen la de las Bolsas, pero nadie te conocería como Carmen
la Solitaria, que moriría sola, sentada en la silla de la cocina mientras un
pequeño rayo de luz entraba por la ventana, y el olor a café recién hecho
inundaba la estancia.
Autor: Felipe de la Cruz
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