Se acercó hasta besarte, hermosa luna,
la pasión en sus labios florecía,
alcohol, nocturnidad, alevosía
rompieron el cristal de la laguna.
Extraña veleidad de la fortuna,
unos labios que rojos se ofrecían,
perdieron el envite en su porfía
y troncaron su grana de aceituna.
Desde entonces, las noches de estío
en que salen a verte los luceros
y te bañas, con ellos en el río.
Siempre tienen las aguas un te quiero
que las flores transforman en rocío
recordando el trinar de aquél jilguero.
Migué Bonilla Collado
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