Los recuerdos son
caprichosos o más bien selectivos. Los manipulamos a nuestro antojo a partir de
cierta edad. Por eso me voy a centrar en recuerdos de una niñez muy temprana.
Principios de los años setenta. Mis padres habían emigrado a Paris años antes y
allí se conocieron. Volvieron a España y al año de nacer yo, mi padre aceptó un
trabajo de capataz en una enorme finca en el sur de Francia. Allí nos fuimos y
pasamos cuatro años de los que apenas recuerdo nada. Sólo tengo imágenes vagas
que quedaron grabadas en el disco duro de mi mente.
Recuerdo una casa
enorme, una cuadra con animales de todo tipo, un gato que siempre saltaba sobre
mí y un enorme árbol en la entrada en los que me sentaba vigilado por mi padre
y su escopeta. Parece ser que había osos en aquella zona de los Pirineos y que
de tarde en tarde se colaban en la finca a comer manzanas. Más tarde me
contaron que en realidad nunca vieron a ninguno, pero haberlos los había.
Mi abuelo viajaba
desde España a visitarnos y se quedaba unos días. Recuerdo que construyó una
especie de carretilla y yo recogía del suelo las hojas caídas de los árboles y
se las mostraba a mi madre orgulloso de haber limpiado la entrada. Me daba un
abrazo y supongo que tiraría las hojas en la chimenea de leña o en los
alrededores.
Recuerdo ir sentado
en un carro tirado por un tractor y como se iba llenando de cajas de manzanas
que los emigrantes iban colocando bajo la mirada y las órdenes de mi padre.
Recuerdo que un
señor que me daba miedo venía a la casa en la que vivíamos y me sentaba en una
silla a cortarme el pelo. Creo que de ahí viene mi actual desasosiego cada vez
que tengo que pelarme.
Recuerdo que mi
padre cenaba con vino y cómo yo me sentaba al acabar de cenar en una pequeña
silla y colocaba una botella vacía a mi lado, despertando las risas de mis
padres.
Recuerdo a mi madre
leyendo junto a la ventana mientras yo jugaba a no se qué y la nieve caía
fuera.
Recuerdo poco más.
Estuve allí hasta los cinco años. Ya debían escolarizarme y decidieron que era
hora de volver a España. Así fue y aquí sigo. Años más tarde volví a la zona
solo. No sé porqué lo hice. Tal vez para tener conciencia de haber pasado allí
los primeros años de mi vida. Mis padres ya no estaban y no reconocí nada. Ni
siquiera pude encontrar aquella enorme casa. Al menos conocí la ciudad de
Avignon que estaba cerca de aquella finca perdida y pude contemplar sus
monumentos. Aquel viaje fue como cortar un vínculo para siempre. No echo de
menos lo que no recuerdo. No tengo ninguna necesidad de volver, aunque siempre
que sale alguna conversación sobre Francia, digo que de niño estuve viviendo
allí, en medio de los Pirineos, con mis padres y con un viejo gato loco que
saltaba sobre mi.
Autor : Santi Malasombra
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