Suspiró profundamente y recogió los cubiertos junto con un
par de platos descoloridos de la vetusta mesa que había en el comedor,
intentando mantener la compostura, la dignidad.
Ya en la diminuta cocina, apoyó sus manos en la encimera de
mármol blanco; compungida, no pudo reprimir unas pesadas y dolorosas lágrimas
que se deslizaron por sus mejillas en un silencio sepulcral. Aun así, abrió el
grifo para ocultar su tristeza, su vergüenza... y de pronto, se dio cuenta de
que por aquel desagüe no solo se perdía el agua, también sus ilusiones y sus
sueños.
Sabía perfectamente lo que venía a continuación, la cena no
era el problema, si le gustaba o no era irrelevante, para él era una buena
excusa cuando volvía a casa borracho buscando algún motivo para descargar su
ira, su odio.
Secándose las lágrimas con sus temblorosas manos, miró por
el cristal humedecido de la pequeña ventana y meditabunda observó que el cielo
estaba nublado, algo rojizo en el ocaso de un día en el que el Sol desfallecido
se ocultaba ya por el horizonte... entró de nuevo en el comedor, donde
aguardaba ya su castigo y donde no había redención posible.