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Alicia Valverde

sábado, 30 de noviembre de 2013

El Extraño





El extraño andaba a buen paso por la inhóspita calle, fría, distante, húmeda. 
Una brisa de aire levanto el polvo y las porquerías de la calle, estas danzaron por encima de el extraño un improvisado vals. Pero él, no estaba invitado. 

Los pocos viandantes que transitaban la calle, corrían con sus prisas pisándole los talones, pero él, no estaba invitado a tenerlas.
Las luces de los bares iluminaban la acera, dentro hombres reían y jugaban, gastándose la paga de un mes en escasos minutos, pero él, no tenía el que perder.

Un tranvía pasó cerca del extraño, en su interior hombres y mujeres de toda condición, se apretaban como sardinas en lata, para hacer hueco a los atunes que entraban y las caballas que salían, en la cabina, un besugo discutía con el conductor acerca de que se mezclaran tantas clases de peces en una misma lata con puertas y ventanas. Pero él, no podía subirse, no tenía a donde ir.

 La calle desembocaba en un amplio jardín, metropolitano bosquecito, sosa selva y nostálgica declaración de naturaleza. Sendas se perdían en los espesos arbustos, sendas a ninguna parte, sendas hacia la desesperación de unos decepcionantes columpios, decepcionantes estructuras, oxidadas reliquias de una infancia desaparecida.

Una juguetería franqueada por una tienda de sombreros obsoleta, cuyo dueño, se había ahorcado por desesperación y una ferretería cuyo dueño, acababa de fallecer, en medio de esas dos desgracias, los pin y pon sonreían sádicos al lado de las cínicas y plásticas bocas de los Monopolis, pero él no podía aliviar la ironía. Caminó hasta una oficina, donde un becario ojeroso trabajaba. Dormía el insomne con las dulces palabras de un ascenso irreal,  inexistente y esperado.

Pero él, no podía ayudarle.
En una esquina torcida bebía un borracho retorcido, mojaba sus penas en coñac, para mejor poderlas tragar. En su casa la parienta planchaba ropa de otras personas, empapelaba las paredes con los avisos de embargo y en un rincón, olvidado, languidecía el antiguo padre, vendiendo sus arrugas en un bingo con pocos adeptos. Pero él, no podía ayudarles.

Un largo pasillo de hormigón gris a juego con la acera, recorría el descolorido barrio, las farolas se alzaban altivas, curvadas por el peso de los borrachos habidos y por haber, quienes ávidos vaciaban la razón a la par de la botella.
Morianse estos como Max Estrella iluminados, por las luces de una bohemia desafortunada y sangrienta. Pero él, no pudo socorrerlos.
La noche cayó, atrayendo a la luna con su jauría de estrellas, a la caza del esquivo sol. Los niños dormían, pero no soñaban, la realidad les había robado su inocencia, sus sueños, la ilusión, las expectativas parecían grandes, eran polvo, polvo del camino, camino que siguió el extraño resignado. Pero no podía hacer nada por ellos. Los niños fueron besados, sus ilusiones se alzaron como gigantes, los diamantes de sus expectativas se tornaron eternos, su futuro inmenso, sus sonrisas seguras, su ilusión realidad y pudieron soñar, soñar sueños, sueños que nadie jamás ha de volver a soñar. Pero él, no podía participar, al fin y al cabo, solo era un extraño.

Se dejo caer en un banco y lloró, lloró por los oprimidos y los opresores, por los empobrecidos y  empobrecedores, lloró por eso y por mucho más. Lloró de impotencia, hasta que el sol resurgió con su amante la aurora después de haber esquivado a su esposa la luna, una vez más, entonces el extraño murió.

 Nadie supo quién era, de donde venia, ni tan siquiera que quería, pero hoy les rindo homenaje a esos seres, que aún viéndolos todos los días no sepamos quiénes son, ni a donde van, ni que desean y cuyas tumbas invaden los camposantos, como las setas los bosques húmedos. 

Tantas historias que se han y habrán de contar. Tantos nombres, escritos todos, escritos.  para no ser nunca vistos, leídos o sentidos. Ni tan siquiera los recuerda el olvido, en la nada se pierden, pues nada son, nada serán y a la nada con el tiempo han de volver, morir en el olvido, vivir en los sueños, pesaroso pesar y pesados pésames, a esos grandes hombres que nos han dejado, que no han de volver. 






Autor : Koldo Ugarte

1 comentario:

  1. Hola Alicia Soy Koldo, muchas gracias por publicar mi relato en tu blog, es todo un honor. Besos.

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